25 ago 2009

¿Y los derechos del niño?

Por Cristian Molina


“Iba un niño de once años solamente.
Mendigando unas monedas pa poder sobrevivir,
Abandonado por la suerte y la madre que lo trajo,
como quien ha entrado al mundo un mártir para sufrir…”
Carlos Ramón Fernández


Entre las monedas de cinco, diez y cincuenta centavos la recaudación del día alcanzaba los cuatro pesos. Mauricio y Rocío contaban una a una las monedas que habían obtenido en el caluroso mediodía platense. La temperatura oscilaba los 30º y los hermanos ayudaban a los pasajeros a subir al taxi a cambio de unos pocos centavos que para ellos significan mucho; significa comprar el pan o la leche para el resto de sus hermanos.

La transitada esquina de 12 y 54 de La Plata, es el lugar elegido por estos niños que a diario, piden monedas para llevar a sus hogares. Mauricio con una descolorida remera de Boca y su hermana Rocío vestida con pollera de jeans y remera violeta no pueden disfrutar de los juegos y de la diversión como cualquier niño de su edad.

La escuela se transformó en el espacio donde todos los mediodías reciben un plato de comida. No pueden disfrutar de los juegos de una plaza porque todas las tardes deben salir a “cartonear” junto a su madre que se encuentra a cargo de 4 hijos, con un esposo que los abandonó.

“Venimos a esta esquina cuando salimos del comedor de la escuela y nos quedamos hasta las cuatro de la tarde que nos pasa a buscar mi mamá”, cuenta detalladamente Mauricio, de ocho años ante la atenta mirada de su hermana.

De lunes a sábados, estos niños buscan una salida a la cruda realidad que les toca vivir, alejados de una infancia llena de juegos, educación y salud digna.

La mirada de los transeúntes se estaciona sobre los niños cada vez que les piden una moneda. “No tengo, pibe”, “Salí”, “Basta, basta” son algunas de las frases que recaen sobre estos hermanitos que, a pesar de su corta edad, reconocen la discriminación que sufren por parte de algunas personas.

En un contexto social muy pobre, de exclusión y marginación, los sueños y esperanzas de estos niños se diluyen en el camino. Mauricio cursa 2 grado y Rocío cuarto, entre ambos y pese a la timidez de la ocasión, manifiestan que “hace como cuatro meses que venimos a trabajar con los taxis a esta esquina porque nuestra mamá estudia acá cerca”.

La situación que atraviesan los hermanos se repite cotidianamente en las distintas esquinas de la ciudad donde se observa a chicos vendiendo flores, estampitas, lapiceras o limpiando los vidrios de los coches.

Lejos sí; de un futuro claro con educación y salud y haciendo valer su derecho como niño a “ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación”.